En el Diccionario de la Real Academia Española existen,
para el término “canon”, diecinueve acepciones. De ellas me interesa
seleccionar dos para aquello de lo que voy a hablar en este post. Una lo define
como “regla o precepto”. La otra como “modelo de características perfectas”.
Una pregunta amplia de la que podría partir es: ¿existe
el canon en el arte? O, mejor dicho, ¿hay, hoy día, algún canon que tenga
validez para el arte? Tomemos como ejemplo la pintura. Efectivamente, hay
personas, y muchas, para las que el informalismo no es arte pictórico sino
cuatro manchurrones desparramados en un lienzo (por no hablar de las
manifestaciones más vanguardistas, en las que podrían entrar los llamados
performances). Para este tipo de observador, arte es el arte realista y, si los
apuras mucho, el impresionismo. En todo caso, debe ser figurativo. Sin embargo,
ahí tenemos a Miró, Picasso, Pollock, etc, que triunfaron saltándose a piola el
canon.
Esto, al igual que a la pintura, se podría aplicar a la
escultura, la música, el teatro, etc.
Pero, pasaré por encima de todas estas manifestaciones
para centrarme en la que me interesa en esta ocasión: la literatura.
Naturalmente, hemos de tener en cuenta que géneros literarios hay muchos:
poesía, novela, cuento, ensayo, etc. Clasificación esta a la que, en la
actualidad, también habría matices que añadir. Por ejemplo, ¿es concebible una
novela que sea, al mismo tiempo, poema? ¿Y un poema que sea novela? En la
antigüedad los había: Iliada, Cantar de Mío Cid, etc.
Pero iré poco a poco, intentando no desparramarme.
¿Existe un
canon en la poesía? Hasta el siglo XIX, la poesía o tenía rima o no era poesía.
Aún hay gente que piensa eso. En el XX, la rima ya no se consideró necesaria
para que un poema fuese poema. Cuando llegaron las primeras vanguardias (dadá,
surrealismo…) hicieron tabla rasa de todas las reglas. Sólo los surrealistas
dejaron en pie una, que formaba parte de su moral: no incurrir en ningún tipo
de poesía burguesa. Lo que, paradójicamente, iba en contra de su defensa de la
libertad en la creación a ultranza. No diré nada de cuando, con Mallarmé a la
cabeza como referente más inmediato, aparece la llamada “poesía visual”, que
alcanzó su cima hacia los años setenta del siglo XX. Bien. ¿Dónde está el canon
aquí? ¿Cuál de ellos lleva razón? ¿Cuándo algo es culpable de lesa poesía y
cuándo no?
Si nos
trasladamos a la narrativa, nos encontraremos, en primer lugar, ante la
siguiente tesitura: ¿En qué se distingue un cuento de una novela? ¿Y una novela
corta de una novela larga? ¿En el número de páginas? Los teóricos de la
literatura dicen que no, que son muchas otras las diferencias. ¿Engloba el
relato los tres subgéneros? Parece que todos tendrían que tener tres partes:
planteamiento, nudo y desenlace. En un principio, el canon imponía que estas
tres fases tenían que ser lineales y seguir ese orden. Ya entrado el siglo
veinte, esas reglas se fueron al garete: relatos que arrancaban del desenlace,
relatos que carecían de tales tres partes, relatos con desenlace abierto,
novelas laberínticas, como “Rayuela”, etc. Sin dejar aparte, claro está, normas
que algunos buenísimos amigos míos mantienen sin que sean verdad. Baste un
botón de muestra: el narrador no puede exponer en la novela su cosmovisión, su
opinión, sino a través de los personajes. Hay montones de novelas que
demuestran lo contrario. Ej, “Crimen y castigo”. Habla el narrador: “Los sueños
de un hombre enfermo suelen tener una nitidez extraordinaria y se asemejan a la
realidad hasta confundirse con ella, etc”. Hay quien habla de verosimilitud en
el relato, aunque sea de corte fantástico. Según y cómo. Esa verosimilitud en
la literatura fantástica, esa construcción de una fantasía que parece real está
en Borges, en Bioy Casares, en Sabato, sí. Pero, ¿quién puede encontrarla en
Lovecraft, por ejemplo?
Ya sé que me
dirán que el canon evoluciona. Y en eso estoy de acuerdo. Pero, por eso mismo que
evoluciona, no está prohibido transgredirlo. Sin esas transgresiones,
escribiríamos aún como Homero. Dick Fosbury revolucionó el salto de altura, al
saltar de espalda pasándose por el forro el rodillo ventral. Así revolucionó la
técnica y cambió el canon.
Conclusión: No
hay canon. El canon es tu libertad creativa. Otra cosa es que te salga bien.
1 comentario:
Que cada quien siga las normas que desee seguir o que cada quien se sienta tan libre de experimentar con lo que guste, siempre y cuando el resultado final sea bueno: que transmita, que emocione, que intrigue, que regocije los sentidos. Y punto. Es lo que importa.
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