jueves, 17 de junio de 2010

El mar tiene hoy color de estar pensándose



El mar tiene hoy color de estar pensándose
Félix Morales Prado
Editorial Devenir
Madrid, 2004

El mar tiene hoy color de estar pensándose es un libro de lo que se llama “poesía en prosa” esa expresión igual de inútilmente aclaratoria que si dijéramos “poesía en letra Times cuerpo 14” o “poesía en letras negras”, también llamada “prosa poética”, denominación si no tan absurda sí tremendamente vaga. ¿Por qué no un libro de poesía y ya está? Lo publiqué en la Editorial Devenir el año 2004. De él dice Emilio Ballesteros en la revista de literatura Alhucema:
“Hay poemarios que en un poema, en un verso incluso, guardan la clave de todo el libro; quién sabe si de toda la cosmovisión de quien lo escribió. A veces un solo verso ha sido suficiente para hacer que su autor perdure en el tiempo (pienso en ese impresionante La muerte vendrá y tendrá tus ojos de Cesare Pavese).
 A mí me ha ocurrido algo de ese estilo al leer este El mar tiene hoy color de estar pensándose de Félix Morales Prado. Si bien todo el poemario navega en ese azul profundo y misterioso que el propio título sugiere, hay un poema (cosa curiosa: justo uno de los que no mencionan al mar, aunque algo de sus procelosas aguas tiemble y reverbere entre sus luces) que viene a recoger la esencia de todo el poemario y ser casi su resumen. Todo regresa al fin hacia sí mismo – dice Félix en esa página – y en este movimiento se tiñe aunque es mentira de una gran melancolía. Lo que entretanto sucedió se llama historia. ¿Cómo puede extrañarnos entonces que el bardo hable en otros lugares de que Un mundo otro se pasea por el mundo o de  Sus aguas, que no son sino del alma? El poeta contempla el despertar lento del paisaje desgarra el cielo de la conciencia, abre ventanas por las que entra  una luz de geografías imposibles que despierta los poemas esenciales del agua, despierta los rumores del aire hasta que un arpegio de vuelos simula una inmensa nevada al revés sobre el mar de primavera y dibuja un paisaje en el que la realidad pierde la consistencia que lo cotidiano parece prestarle, en el que el transcurrir de la historia no es más que un teatro de sombras que se simula verdadero, pero lleva al final a un océano más Real, un océano que fecunda la hembra tierra llenándola de hijos y nos recuerda que A él regresarán urgidos por nostalgias y vestidos de melancolía, en los barcos oscuros de la muerte. Es, al fin, el mismo poema-clave el que nos dice que Detrás, como un juez, está el misterio. Es el objeto último de toda ciencia. No hay nada más. Y sin embargo, son necesarias todas las minucias que lo preceden para alcanzarlo. Y en ellas estamos…”.
Clicar aquí para leer una breve selección de “El mar tiene hoy color de estar pensándose”.


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lunes, 7 de junio de 2010

Motivos para escribir 2

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Sí debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.
Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.

viernes, 4 de junio de 2010

El grito del axolotl

Para escribir un artículo sobre el ajolote o axolotl, ese extraño bicho neoténico que ocupa importante papel en la mitología azteca y al que Julio Cortázar dedicó un célebre cuento, visité la estación biológica de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde pude ver a un triste individuo, casi tan quieto como el que describe Cortázar, dentro de una turbia pecera.
Deambulé después por las orillas del Río Chiquito porque me aseguraron que allí los había. No vi ninguno. El único animal que encontré por esos andurriales excepto, eso sí, abundantes insectos, fue un burro amarrado a una estaca con expresión harto melancólica. Y es que, además de que el sitio está tremendamente contaminado, al ajolote (en vías de extinción debido a distintas condiciones medioambientales adversas) es dificilísimo (no digamos “imposible”, huyamos de los extremismos) encontrarlo en estado de libertad.
Fui luego a la Isla de Janitzio, donde una familia purépecha se dedica a la recuperación y cría de este anfibio. Allí grabé el video que incluyo en post anterior llamado Axolotl I y tuve en mi mano a una ajolota. Emitía unos inquietantes y agudos chillidos. Y así me lo ratificaron con sus comentarios (por si yo hubiese alucinado) la mujer india que me la estaba mostrando y también Yurixi. Dionisio, el nahua que, días después, me enseñaba y explicaba otro criadero de Ambystomas (es el nombre científico) en una chinampa de Xochimilco, en el DF, donde grabé el otro video que he colgado, al que llamo Axolotl II, lo negaba. “Los ajolotes no gritan”, aseveró con cierta sorna. Pues no chillarán, pensé, pero yo los he oído.
Y es a cuento de esto último a lo que viene este post. Porque esta noche soñé con el ajolote. Estaba yo en una barbería y el peluquero se ofreció a regalarme uno. Es curiosa la concomitancia. El animal en cuestión tiene un halo filamentoso alrededor de la cabeza que simula una cabellera afro y que en realidad son sus branquias. El Fígaro de mi sueño los tenía repartidos por todo el establecimiento en peceras como otros barberos tienen jilgueros o canarios en jaulas. “¿Se ha fijado usted, me decía, en el grito tan peculiar de los ajolotes?”. No sé si peculiar pero sí fuerte fue mi grito de triunfo. “¡Luego es verdad que gritan!”, grité. “Claro, naturalmente –dijo extrañado ante mi extrañeza-. Yo he oído su grito miles de veces”. Así que, si mi sueño me da la razón, junto a Yuli y a la guare de Janitzio, punto de realidad arriba o abajo, ganamos cuatro contra uno. Los ajolotes chillan. O, al menos, las ajolotas.

Axolotl I

Axolotl II

miércoles, 2 de junio de 2010

Haikus de la lluvia

Tuve conocimiento del haiku por primera vez a principios de los años setenta del siglo pasado a través de un amigo muy versado en literatura oriental y por una pequeña antología de poesía japonesa que cayó casualmente en mis manos. No lo entendí entonces muy bien, pues su concepción chocaba frontalmente con la idea que yo por aquel tiempo tenía del poema. Reiteradas lecturas de clásicos como Issa y Bashó y una evolución personal me hicieron percibir la naturaleza iluminativa del haiku y la potencia poética que encierra en su aparente sencillez. Lo incorporé a mis lecturas habituales y, entre otras posibilidades, encontré en él una valiosa herramienta para mi ejercicio docente. También comencé a practicar su escritura. Aún hoy sigo haciéndolo. Resultado de esa práctica fueron, entre otros, unos versos que, sumados a otros, conformaron el librito "Haikus de la lluvia y otros poemas breves" publicado en el año 2005 en la colección “Las patitas de la sombra” a instancias del magnífico poeta y amigo José María Montells y Galán.


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martes, 1 de junio de 2010

Motivos para escribir




-Lamento por la pérdida: de la libertad, del amor, de la infancia…
-Organizar el lenguaje para crear un filtro que nos procure la auténtica visión del mundo, combinando los signos, como las ruedas de una caja fuerte, hasta dar con la clave que  permite abrirla.
-Crear un universo con palabras como el niño crea un mundo con piedrecitas, hojas de papel o ramas secas.