BREVE SELECCIÓN DE "EL MAR TIENE HOY COLOR DE ESTAR PENSÁNDOSE"

Autor: Félix Morales Prado


Bajo la luna china de la noche estival te dibujaste. En el aire cantaba Li-Pó. Tú llenabas de vino fantasma su taza fantasma. Yo lo bebía enamorado.
¿Qué seda tejeré para decir aquellas noches? ¿A qué placer suave voy a llamar para que no se escape de estas líneas el aroma donde vibraba el nombre perseguido, ignorado, que huía con tu silueta por la senda del brillo del rompeolas?
En la nota de un saxo que sonaba en Calypso me perdí sobre el agua. (Al fondo me llamaban las sombras de los barcos). Tú pisabas medusas, descalza.


Estás ahí enfrente, personaje de novela. Sombrero blanco, traje blanco de indiano, largo cigarro negro. Al fondo, las banderas, el mar, el viento blanco del agosto. ¡Quién sabe lo que esperas! De pronto, me parece que hubo una amistad lejana entre los dos. Tu imagen no contesta, ausente en la aventura de loros y palmeras que invade tu camisa. Juraría conocerte. Nada dices. Los barcos se te alejan, soñados, en los ojos. ¿Te fuiste hace mucho o nunca fuiste tú? Un camarero pasa, de otro tiempo. En lo alto de algún mástil del bar, una gaviota. Y aquella bicicleta muy lejos por la orilla. Las niñeras, con cofia y delantal, riéndose en la playa. Los niños, las cometas... Los toldos y los trapos de colores. Sombrillas y muchachas. En algún lugar de un futuro escrito hay un recuerdo leve de una brisa amarga. “Es como un cuadro de Sorolla" -te comento-. Y tú guardas, hierático, silencio.
Música de licor. Albinoni, Vivaldi, salen de la mañana disfrazados de arena del pasado, terrazas del pasado, de gente del pasado. El vino rojo sobre el velador. Tu rostro, personaje. El sol. Las olas.


Cuando llueve, el paisaje es interior. Las criaturas intangibles de la lejanía ideal se hacen posibles, inmediatas. Todo nos dice sí en medio de una melancolía que no duele.
Camino entre las casas solas. La magia de sus jardines es la mía. Los fantasmas están de acuerdo con mis sueños.
Soñé una vez que perseguía al amor, una muchacha con impermeable rojo, que se perdía en el gris de la tormenta al final de una avenida de moreras. Era un poema este pueblo sin nadie. Ella lloraba dentro de mí, tan hermosa en las sombras.
Cuando llega la lluvia, el aire huele a una vieja promesa para que no olvidemos la verdad.


Algunas mañanas de niebla espesa vengo a sentarme en la orilla. Entre el rumor suave del oleaje suenan las sirenas graves de los barcos. Esos monstruos flotantes parecen navegar dentro del pensamiento, fantasmas de leyendas antiguas. Me gusta entonces imaginar sus nombres y los voy pronunciando entre la bruma, como escandiendo bellos y absurdos versos: Titánic, Leviathán, Ile de France, Lusitania/ Homéric, Libertè, Queen Mary, Andrea Doria...
Si llevan tripulantes, es necesario imaginar que no los llevan. Luces de posición. Ruta incierta o lejana. Tal vez inexistencia. Quizá sea mi mirada su único destino. Con un bramido dibujan el espacio. Y sus sombras se deslizan subrayando esta playa, que entonces significa cualquier lugar en cualquier geografía: ya sean las desesperadas islas de la huida o las orillas del amor donde el sol para el tiempo.


La primavera se ha parado detrás de las ventanas y no ha querido entrar en esta casa. Yo lo había preparado todo para ella. Había guardado en el desván las cosas del invierno. Había puesto visillos y alegres cortinas de lino ligero para que la brisa fresca y leve de la tarde las moviera y entrara el sol y acariciase el rincón de la humedad. Pero el sol no ha pasado. No ha tocado, siquiera, el alféizar; ni el aire se ha atrevido a rozar esas telas quietas, serias como un niño enfermo.
Me he retirado entonces a mi alcoba, que es la habitación más lejana y oculta. Y allí, postrado en el centro de la penumbra, mis ojos fijos en la pared blanca de enfrente, he sentido dentro de mí un pájaro muriéndose. Por el ventanuco de la celda entraba la luz dorada del final de la tarde. A lo lejos, una casita pequeña vertía una delgada volutilla de humo en el cielo incierto de esa hora. Supe que allí, más allá de aquel sitio, un caminante venía hacia mi casa. Su figura, que yo no veía, aparecía y desaparecía entre los recovecos de la vereda que cruza la región. Hacía mucho tiempo que había partido y ahora llegaba ya avanzando en medio de las sombras .
La noche se fue cerrando poco a poco hasta borrar el día.
Afuera, la primavera arrastraba su aroma entre los callados almendros en flor.



En esas mañanas en las que el aire es una leve gasa fría que se pega a la cara sin dolor, si escuchas bien, junto al mar, en esas mañanas en las que el horizonte lejano es un barrunto de la gloria, una noticia de que existe el paraíso, si escuchas bien, oirás un silencio blanco que traduce tus voces interiores.




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