viernes, 30 de septiembre de 2011

Erik Satie, escritor.

Todo el mundo sabe que Erik Satie era un músico. Por lo menos desde que pusieron una pieza suya como fondo de un programa de la tele. Aunque, claro, habría quien no supiera que eso era de Satie y sólo pensara ¡uy, qué bonito! Y ya está. Pero yo sí que lo sabía. Bueno. No lo sabía. Pero se lo pregunté a un amigo que es muy listo y él me lo dijo. Entonces no había internet. El caso es que mucha gente sabe que Satie fue un músico que compuso, entre otras cosas, las Gimnopedies. Lo que ya no sabe tanta gente es que también escribía. Y escribía cosas muy graciosas. Tan graciosas que estoy intentando imitarlo en este post. Pero seguro que no lo consigo. ¡Qué voy a conseguirlo! No.
Ahora estoy leyendo un libro suyo. Bueno. Ya lo había leído y lo estoy volviendo a leer. Porque, como digo, es la monda. Se llama “Memorias de un amnésico y otros escritos”. Me lo prestó una amiga hace mucho tiempo. Y si está leyendo esto estará diciéndose: “¡A ver cuándo me lo devuelves, ladrón!”. Pero no está bien que me llame ladrón. Tampoco está bien que te quedes con los libros que te prestan. Bueno. Estamos empatados. Sí.
La cuestión es que el libro es despiporrante (esta palabra no es correcta, no viene en el DRAE). Y eso está bien. Porque el sentido del humor es muy bueno para la salud. Hay una cosa que se llama risoterapia y que no sirve para nada. Una tontería, vamos. El humor que sirve para la salud es el de ese amigo chistoso que todos tenemos y que cada vez que nos lo topamos nos tiene reservado un chiste nuevo. No me refiero al amigo que “se hace el chistoso” y que todos también tenemos. No. A ese no. Al otro.
El libro es descojonante (esta palabra sí viene en el DRAE, ¡mire usted por dónde!). Así que lo voy a acabar de leer otra vez. No pongo ningún fragmento aquí no vaya a ser que me apliquen la Ley Sinde. Aunque tal vez más adelante, cuando ya no me importe que me apliquen la Ley Sinde, a lo mejor lo pongo. Sí.
Lo que sí que pienso hacer a partir de ahora es leer sólo libros divertidos, que me hagan reír (porque es muy bueno para la salud): “El Capital”, de Carlos Marx o “Mi lucha”, de Adolfo Hitler. Sí.

XII PREMIO DE POESIA ALJABIBE

LA ASOCIACIÓN ANDALUZA ALJABIBE convoca el XII PREMIO DE POESIA ALJABIBE, que se regirá por las siguientes

BASES

I. Podrán presentarse todos los poetas andaluces o residentes en Andalucía que lo deseen con obras inéditas  y no premiadas en anteriores concursos.

II. Las obras  deberán estar escritas en castellano, serán de tema libre, con un mínimo de 700 versos, presentadas en DIN-A4, mecanografiadas a doble espacio y por una sola cara.

III. Se presentarán dos copias de los originales grapados o encuadernados, y en ellos sólo constará el título de la obra. En sobre aparte y cerrado se hará constar los datos del autor y se incluirá una breve reseña biobibliográfica del mismo.

IV. La convocatoria queda abierta a partir de la fecha de publicación de estas BASES y se cerrará el día 15 de noviembre del año 2011, debiendo dirigirse los originales por correo certificado a la siguiente dirección:  ASOCIACIÓN ANDALUZA ALJABIBE, C/ Fuente del Rey, 26, 28023 Aravaca (Madrid), aceptándose como admitidos los trabajos que, pasada la fecha de cierre, hagan constar en el matasellos su envío antes de la misma. En el sobre deberá figurar la leyenda “PREMIO DE POESÍA ALJABIBE”.

V. El jurado estará compuesto por  Pablo García Baena, Premio Príncipe de Asturias de las Letras; Antonio Hernández, Premio Nacional de la Crítica y Rosa Díaz, I Premio de Poesía Aljabibe.

VI. El fallo del jurado será inapelable y el premio no podrá declararse desierto. No habrá  accésit  ni menciones honoríficas.

VII. Estará dotado con 6.000 €, a los que se aplicarán las retenciones fiscales pertinentes. La obra ganadora será editada por la editorial Endymion y al ganador se le entregarán 30 ejemplares de la misma, entendiéndose que la dotación económica del premio suple los derechos de autor en la primera edición.

VIII. El  Premio se fallará durante el mes de diciembre de 2011, con presencia de los medios de comunicación, y se entregará en el transcurso de una cena que se celebrará en Madrid.

IX. Los originales no se devolverán y sólo se abrirá la plica del ganador.

X. El hecho de concurrir a este premio implica la aceptación de sus bases.

 Septiembre de 2011

Harina de otro costal

domingo, 4 de septiembre de 2011

CÍNICOS

Los cínicos (de la raíz griega κύων (perro) fueron, como todos sabemos, unos filósofos griegos que aparecen en la segunda mitad del siglo cuarto antes de Cristo. Su visión, más o menos, era que el ser humano ambiciona mucho más de lo que necesita y que de ahí vienen todos sus males. Por eso llevaban una vida simple y pobre y basaban la felicidad en su propio ser, subsistiendo con lo imprescindible. Para ellos, cuantas menos necesidades tuviese un ser humano, más feliz sería. Antístenes figura como el fundador de esta tendencia. Pero Diógenes de Sinope y sus excéntricas anécdotas es el más popular. Pondré aquí algunas de ellas, que muchos ya conocerán, para regocijarnos juntos.

Cuentan que paseaba Diógenes por el ágora, abarrotada de gente, hombres y mujeres, en pleno día, con una lámpara encendida en la mano. Alguien le preguntó:
-¿Qué buscas, Diógenes?
Y él respondió:
-Estoy buscando un hombre.
En otra ocasión, Alejandro Magno se paró delante del barril dentro del que vivía Diógenes. Y le dijo:
-Diógenes, soy Alejandro Magno. Y, por las cosas que me han contado de ti, soy un gran admirador tuyo. Pídeme lo que quieras y te lo concederé al momento.
-¿De verdad? –dijo Diógenes.
-Te lo prometo –respondió Alejandro.
-Pues lo que te pido –dijo Diógenes- es que te quites de en medio porque me estás tapando el sol.
Cuentan también que otra vez fue Diógenes a visitar a un amigo suyo muy rico. Llamó a las puertas de la mansión y desde dentro preguntó la voz de la criada:
-¿Quién es?
-Soy Diógenes.
En ese momento pudo oír que su amigo le susurraba a la  criada:
-Dile que no estoy.
-El señor no está –dijo la criada-. Ha salido.
Diógenes se marchó.
A los varios días, ese amigo fue a visitar a Diógenes al barril en el que vivía y asomándose a su borde gritó:
-¡Diógenes!
Diógenes respondió:
-No estoy.
-¿Cómo puedes decirme que no estás si me estás respondiendo tú?
-¡Vaya! ¿Así que yo me lo creí de tu criada cuando me dijo que no estabas y no lo crees tú de mí mismo?
Anécdotas aparte, el término cínico ha dado un vuelco desde entonces hasta ahora. Y el sentido con el que en la actualidad se utiliza y el significado que se le da no tienen nada que ver con los que contenían en el nacimiento de tan noble doctrina. Hoy un cínico es, según el DRAE, alguien que muestra cinismo. Y cinismo es, en la acepción más utilizada actualmente: “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”.
Pondré un ejemplo. Hoy mismo he contemplado una escena bastante desagradable en un bar. Una discusión entre dos tipos. Uno de ellos, al que conozco de sobra, acusaba al otro:
-Tú eres un mentiroso de mierda y andas engañando y estafando siempre a todo el mundo.
Resulta que, por experiencias previas, yo sé que el acusador es el individuo más mentiroso y falso que hay encima de la tierra.
Eso es lo que se entiende por cinismo hoy, por ejemplo. Acusar a otros de defectos que tú procuras disimular o tener bien ocultos.
La cuestión es: ¿Cómo una palabra de origen tan noble ha podido llegar a adquirir un significado tan miserable?
Esa es pregunta casi para una tesis. O por lo menos, para un artículo bien sesudo. Y no estoy, en este momento, por la labor. Prefiero dedicar mis esfuerzos a otras cosas.
Sí os dejo, porque creo que viene a cuento, el enlace a una antigua entrada de mi blog.
Buenas noches.

viernes, 2 de septiembre de 2011

CICLO


Y la luz se hizo verbo. Y el verbo, cosa. Y la cosa se arrastró por la cosa y experimentó ese extraño fenómeno llamado muerte. Y se hizo luz. Y la luz se hizo verbo… Y así…

La casa de Valle Inclán


Entro en Google buscando una fotografía para ilustrar esta entrada, tecleo “Casa de Valle Inclán” y me llevo la sorpresa de comprobar que ahora es un museo y que a la calle en la que se encuentra le han puesto el nombre de Luces de Bohemia. Quien se tome la molestia de leer este post completo se explicará el porqué de mi sorpresa.
Hace unos días, le contaba a una amiga una anécdota en relación con una visita que hice siendo joven al pazo en el que nació el escritor. Le hizo gracia y me dijo: ¿por qué no lo pones en tu blog? Es una historia bonita. Y le hago caso. Aquí lo pongo tal y como se lo conté a ella.
De esto hace ya más de veinte años. Habíamos ido a Galicia a pasar unas vacaciones. Uno de mis objetivos era visitar la casa natal de Valle Inclán en Villanueva de Arosa  Así que un día agarramos el coche y nos fuimos para allá. El pueblo estaba completamente desierto. No había un alma en las calles. Deambulamos intentando localizar a alguien que nos informase de dónde estaba la casa del escritor. Al fin, encontramos una taberna abierta. Sólo estaban el camarero y un parroquiano al final de la barra. Saludé y les dije si serían tan amables de indicarme donde estaba la casa en la que había nacido Don Ramón del Valle Inclán. El camarero se me quedó mirando muy extrañado y me dijo con un marcado acento gallego, como es natural: "¿Don Ramón qué?". "Valle Inclán, insistí yo, el escritor". Se quedó pensando, mirando hacia arriba. Al fin me dijo: "No. Por aquí no hay ningún señor que se llame así, que yo recuerde. Por mi bar por lo menos no viene". No supe si reírme o echarme a llorar. En ese momento, el borrachín que había estado oyendo la conversación desde el fondo delante de su copa de orujo, dijo a grandes voces: "Sí, carallo, este señor pregunta por la casa de la loca. Está al fondo de la calle. Salga usted y vaya a la izquierda hasta el final. Allí hay un pazo. Esa es". Eso hicimos. Al llegar a la puerta del pazo vimos una cabeza de pollo recién arrancada, sangrante, tirada en el suelo. No sé por qué relacioné aquello con magia negra, meigas... No sé. Galicia es una tierra muy céltica y dada a ese tipo de cosas. Nos dio un poco de yuyu. En fin. Llamamos a la puerta. No abrían. Volví a llamar. Se oyó un sonido como de zapatillas que se arrastraban acercándose. Abrieron el enorme portón y apareció una vieja con el pelo alborotado, una bata de boatiné y el gesto efectivamente un tanto desencajado. "¡¿Quienes son ustedes?! ¡¿Qué quieren?!" Me asombré de ese recibimiento tan hosco. Le dije: "Buenos días, señora. ¿Esta es la casa donde nació Don Ramón del Valle Inclán?" "¡Sí! -respondió- Pero no se puede visitar. Esta es mi casa. Aquí vivo yo. Esto no es un museo". "Bien, perdone"- le dije-. Y, mientras pensaba en algo con lo que convencerla de que nos dejase entrar, añadí: "Usted es familia suya, ¿verdad?". "Sí. Era mi tío" -respondió aún visiblemente enfadada-. En ese momento, inopinadamente, me acordé de la película "Amanece que no es poco" y de que Resines en ella era profesor en una universidad de California y venía a España de vacaciones. Y ya todo me salió rodado. "En fin, le dije. Ya que usted ha decidido, con todo su derecho y razón, no permitir visitar la casa del genial escritor, me quedaré sin cumplir mi sueño. Conste que la comprendo y respeto su decisión. En fin, es una lástima. Yo soy un gran admirador de su tío. Es el escritor que más admiro en el mundo. Soy profesor de Literatura Española en una universidad de California y he venido a España con el único objeto de visitar la casa de Valle Inclán. Pero no ha podido ser. Bueno. De todas formas, encantado de haberla conocido, señora". La mujer había cambiado completamente su gesto que, como por arte de magia, se había dulcificado. "Bueno... bueno... Si viene usted desde tan lejos, pueden pasar. Ande, entre". Nos enseñó toda la casa, la cama (una cama muy estrecha) donde nació Valle, el hogar en torno al que les contaba cuentos a ella y a sus hermanas. Nos dijo que Don Ramón no tenía mal genio. Que eso era una mentira. Que con ellas era el hombre más cariñoso del mundo. No paraba de hablar. Nos hizo un café. Le hacía carantoñas a mi hijo, entonces un niño de cuatro años. Y cuando ya nos íbamos... ¡no quería que nos fuésemos! Nos hizo prometer que si volvíamos por allí iríamos a visitarla. Nunca volví a aquel pueblo. Y ya debe de haber muerto.

jueves, 1 de septiembre de 2011

LA DECADENCIA DE LA CORTESÍA


La cortesía es una virtud que insufla en los otros la alegría de experimentar el mundo de forma más amable. La cortesía no es protocolo. Los protocolos, en su mayor parte, suelen ser ristras de fórmulas de comportamiento acartonadas que nos parecen, al menos a mí, con toda la razón, absurdas. La cortesía es una actitud vital, auténtica, que emana de un carácter afable (temporal o permanente). La cortesía se da cuando, yendo al volante y teniendo tú el derecho legal al paso, se lo cedes a otro conductor que parece en dificultades. Cortesía es disculpar con una sonrisa a alguien que cometió un error involuntario. Cortesía es ofrecerse a llevar las dos pesadas bolsas de la compra que porta una anciana con evidente dificultad. Cortesía es ceder el asiento en el metro o el autobús a la mujer en avanzado estado de gravidez o a la persona impedida. Cortesía es invitar a que cruce una calle al peatón, con paso o sin paso de cebra, llueva o no (y con más razón, si llueve o cae un sol de justicia). Cortesía es abstenerse de fumar, en el caso de ser fumador o fumadora, en un espacio cerrado donde hay otras personas que no lo son, a no ser que te inviten a hacerlo y con mucha insistencia. Cortesía es procurar sonreír y dar las gracias siempre por cualquier servicio brindado (gracias y sonrisa que deben ser sinceras, salir de adentro), aunque la persona que te ha atendido lo haya hecho en cumplimiento de su deber; es decir, ya sea el funcionario que te solucionó una gestión en la ventanilla, que la enfermera que acaba de extraerte sangre para una analítica, que la frutera que te ha vendido un kilo de naranjas y, con más razón, pues esa persona lo hizo también llevada por la cortesía, dar muchas gracias y sonreír con simpatía a quien recogió el libro que se te cayó por distracción y vino corriendo a devolvértelo. La cortesía es un nexo de unión empático entre seres humanos que se desconocen pero son conscientes de que son seres humanos, hermanos. La cortesía, hoy es, cada vez más y desgraciadamente, una utopía. Desafortunadamente, cada uno va “a su bola” y le importa un pito lo que el otro sienta. Pero este fenómeno, esta decadencia de la cortesía, no es nada nuevo. Ya lo trata (supongo que entre muchos otros) Don Pío Baroja en su libro “La decadencia de la cortesía”, publicado en el año ¡1956! Ya entonces proliferaban los energúmenos. Entonces, cuando los niños nos cansábamos de oír: “niño, se dan los buenos días”, “niño, las cosas se piden por favor”, “niño, a los mayores hay que respetarlos”. Y es que, tal vez, las cosas, para que funcionen de verdad, han de salir de esa chispa divina que todos llevamos dentro, muy dentro, en el centro del centro de los centros. Lo dice Lao-Tse: Cuando las relaciones familiares no son armoniosas, aparecen la “piedad y el amor filial” Es decir, las convenciones. Y las convenciones acaban perdiendo vigencia.


Nota bene: No confundir cortesía con caballerosidad o sentido o espíritu caballeresco. Esto último es mucho más profundo, hasta el punto de que muchos dudan, incluso niegan, que haya existido jamás. Sin ir más lejos, Don Miguel de Cervantes en el capitulo 74 de la segunda parte del Quijote:
Y, volviéndose a Sancho, le dijo:
-Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
Pero de esas, y otras más o menos menudillas cosas, ya hablaremos en otros posts.