Nuestras
acciones, aún cuando sean impremeditadas,
ignoran el alcance de sus consecuencias. Manoteamos como náufragos en el caldo
de nuestra existencia generando olas que producirán otras a su vez. Nada está
perdido ni es inútil. Cada brizna de vida colabora con la vida. Nada es
despreciable. Del agua cenagosa nace la flor del loto. Y el más vago de todos los tirados
diseña un destino.
Aquellos
que por orgullo de su propio pasar, que siempre es circunstancial, anecdótico,
contingente, desprecian a otras manifestaciones de la vida, están ciegos,
ignoran los espejos que los rodean, sumergidos en la gran oscuridad del no
saber de su nihilidad, esa máxima luz olvidada.