jueves, 25 de agosto de 2011

Banquete



Llegué a una sala de enormes ventanales que daban a occidente. Se servía la cena y en mi lugar, vacío, había una tarjetita con mi nombre. Me senté y saludé a mi vecino, pero estaba dormido. Todos estaban dormi­dos. Al­gunos, con la cabeza metida en el plato de sopa. Cogí la tarjeta. En su re­verso, tenía pegado un trocito de espejo. "Es una cortesía del an­fitrión" -dijo, sin despertarse, al verme sorprendido, la comensal de la derecha-. "Le encantan" -prosiguió entre ronquidos- "las almejas podridas y las niñas que cantan canciones infantiles como si fueran a morirse". A mi lado, ya recitaba el camarero: "De segundo, señor, tenemos tortilla de gambas o canapé de cadáver". No esperó mi elección. Con el cuchillo empezó a trinchar un ataúd negro rematado en su anverso por una cruz dorada. Me sirvió un trozo, rebosante de gusanos. Sabía a "desespero", a "grito desgarrado", a "esto es imposible". Cerré los ojos, llorando, y  los tres abismos salieron, hechos uno, por mi boca convertidos en palabras al desper­tarme sin saber (aún no lo sé) si estaba despertándome.

martes, 23 de agosto de 2011

CORAZONES

Es un día muy frío de invierno en un pueblo blanco rodeado de montañas. El aire huele a encinas quemadas. Por las calles deambulan hombres con bolsas llenas de corazones. En alguna cima puede vislumbrarse un castillo oscuro que desgarra las nubes. Una muchacha llora en un cuarto anónimo. Sobre su cama, una muñeca que heredó de su madre que la heredó de su abuela… Llaman a la puerta. Marta se seca las lágrimas. Recorre el pasillo húmedo observada por las viejas fotografías de familia que cuelgan de las paredes. Todos muertos. El gato maúlla y se pierde en las negruras de la cocina. Vuelven a resonar golpes sombríos en la puerta de roble. La casa es grande y se tarda en llegar. Marta abre. Una mano le ofrece un corazón. Tierno y sangrante. Parece de papel.
         -Fríelo en manteca de cabra. Estará bueno frito en manteca de cabra.
El gato remolonea en torno al olor a terciopelo cocido.
Marta recorre la casa con el corazón frito en un plato de mármol.

martes, 16 de agosto de 2011

Pantufla

Me desperté sin saber por qué y vi por la ventana que el cielo estaba chorreando sangre. Y me dolía por dentro en ningún sitio. La casa estaba silenciosa, llena de miedo; era de noche pero parecía de madrugada o al contrario. Fui a la ventana del oeste y vi a mis dos hermanas que corrían por el camino de la playa. Las perseguía un hombre con un cuchillo; llevaba un sombrero y una capa negros. Salí a la calle. Hacía un frío que daba pena. Yo iba llorando y no podía moverme, no podía correr, como si alguien me agarrara por los tobillos. Gritaba: “¡Hermanitas!, ¡hermanitas!”. Las retamas estaban en flor y por el aire volaban las brujas. Las paredes brillaban. Parecían vivas.
Me metí por el bosque oscuro y caminé por un sendero tan largo que era imposible. Algunas veces era alegre como los colores. Otras, los árboles, enormes, juntaban sus copas y el camino se convertía en un túnel que le decía a mi corazón.
Andando, andando, llegué a una casita que parecía habitada pero no. En el suelo había una pantufla y, encima de una mesa, un gramófono con un disco. Lo puse y salió una voz que dijo: “Aquí han matado a tu hermana y su alma está en la pantufla”. Cogí la zapatilla y en la suela se veía la cara de Alicia. Empecé a llorar y cuando mis lágrimas caían en la babucha ella también lloraba.
Se me apareció el Señor Jesucristo. Iba vestido de marinero y tenía la cara de un amigo mío.

domingo, 14 de agosto de 2011

SOLEDAD


“A mis soledades voy, / de mis soledades vengo”, escribía Lope. Cuando hablamos de la soledad, a todos (me refiero, por supuesto, a las personas vulgares como yo y no a los grandes, sesudos, pensadores y escritores –aunque también a algunos de ellos-) nos agarra como un pellizco consciente o inconsciente en las tripas, una especie de asfixia existencial. Y, aunque sea inevitable, no es para tanto. La soledad es la condición natural del ser humano. Recuerdo un fragmento de una entrevista a ese enorme (tanto por su volumen corporal como por su relevancia intelectual) artista polifacético que fue Orson Welles, en la que, tras una declaración suya al respecto, el periodista le decía algo así como:
-Entonces, Señor Welles, estamos siempre solos.
-Sí, irremediablemente.
-¡Pero eso es trágico! –comentaba el reportero visiblemente alarmado.
-Psí. Es dramático -decía Welles casi sin darle importancia, como el que se está refiriendo a un simple dolor de muelas-.
Yo, que soy bastante tonto, algo de lucidez debía de tener allá por mi primera infancia. Bueno, creo que a esa edad todos los niños y niñas son bastante lúcidos. Y explico por qué. Mi padre era médico rural. En el pueblo no había carretera ni asomo alguno de asfalto o pavimentación. Y los medios de locomoción eran los pies, las carretas, las mulas o los caballos. Una noche, no puedo recordar a cuento de qué (yo era muy pequeño y, de hecho, la anécdota la conozco porque él me la contó siendo yo ya más grande), me llevaba a casa a lomos de Lucero, su alazán. Siendo yo casi un bebé, me llevaba en la parte de delante, sobre sus piernas, de modo que yo iba viendo la oscuridad del bosquecillo que atravesábamos, las medrosas siluetas de los árboles recortadas por la incierta luz de la luna. Me contaba mi padre que, en un momento dado, le dije con voz un mucho acongojada:
-Papá, estoy solo.
Y sí. Estaba solo. En aquel momento lo supe. Estamos siempre solos. Nacemos solos y morimos solos. Es nuestro sino. Sin embargo, sentimos que esa soledad se desvanece cuando nos acompaña un amigo, una amiga, una pareja, unos hijos…
Ahora bien, no sé si entre los que me leen haya gente que recuerde sus sueños. Supongo que sí. Bueno. Cuando estamos en un sueño, aparecen personajes con los que hablamos, nos peleamos, paseamos, incluso hacemos el amor. ¿No cumplen la misma función que las personas llamadas reales? Es decir, en compañía de los personajes soñados la soledad también se desvanece. Y, sin embargo, estamos más solos que nunca, tumbados en una cama en medio de la noche.
En fin, algo más iba a añadir. Estaba relacionado con todo esto y trataba sobre la nada y un vaso. Pero se me olvidó. Mañana tal vez prosiga en una segunda parte.
Ahora, para amenizar, pongo un video medio hortera que nada tiene que ver con el tema excepto en el nombre.

Dejar de fumar


Dejar de fumar es fácil. Yo ya lo dejé como 100 veces.
Mark Twain

?

Pasan días sin que escriba nada en el blog, por pereza o porque no tengo nada que decir. Otras veces, sin embargo, puedo poner dos o tres post el mismo día. O borrar otro que ya había puesto, porque me parece malo, porque me parece inconveniente, porque lo escribí y lo posteé en un momento de furia. Eso es lo que tienen de bueno los blogs, que son seres proteicos. Pueden ir cambiándose y moldeándose al antojo de uno. No ocurre eso con el texto impreso. No sé donde leí una vez algo así como “Lo que está escrito queda escrito”. Aparte de que sobre eso, incluso en el caso del papel, habría mucho que discutir, en el mundo virtual desde luego no es cierto. Lo que se escribe queda escrito hasta que le da la gana al que lo escribió. Al menos, si lo hizo en su espacio. Y, a todo esto, ya no me acuerdo de cual iba a ser el tema de esta entrada. Tal vez los fallos de la memoria. No sé.

Hasta dónde podemos hundirnos


Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.
Emile Ciorán

sábado, 13 de agosto de 2011

PERFECTA CLARIDAD


La perfecta claridad de todas las representaciones en el sueño, que descansa en la creencia absoluta en su realidad, nos recuerda los estados de la humanidad anterior, en los que la alucinación era frecuente y se enseñoreaba de tiempo en tiempo de comunidades enteras a la vez y aún de pueblos enteros. Así, en el sueño rehacemos una vez más la tarea de la humanidad anterior.
Friedrich Wilhelm Nietzsche