“Pues tu unión es tu separación y tu
separación es tu unión.
Tu alejamiento es una aproximación y tu
aproximación es una partida”.
Ibn ‘Arabî (El Tratado de la Unidad)
No. No
me toques. Cállate. Si me rozas, si hablas, si dices una sola palabra,
desaparecerá. Y yo no quiero que eso ocurra. Es cierto que me duele, sí, me
atraviesa como una daga, pero una dulce daga. Me duele pero no me duele. Me
duele más cuanto más lejos. Y si no está, el sufrimiento será insoportable. No
tengo alternativa. Lo decía Kierkegaard, creo, “si lo hace lo sentirá y si no
lo hace también lo sentirá”. O algo así. No sé cuando apareció ni cómo. No
tiene una explicación racional. Sí, tú no lo comprendes. Siempre has sido
cerebral, frío, analítico. No crees en nada que no sea mensurable y
consensuado. Pero en nombre de nuestra amistad te pido que no hagas nada. Ni
siquiera dudar. No me creas si no quieres pero tampoco dudes. Tengo miedo de
que se vaya; un terror de fondo, congelado, agazapado como una manada de lobos
en la oscuridad, esperando atacar, amenaza este gozo innombrable, que no lo es
y lo es. Es alegría y no es alegría, sin ser tristeza. Es tristeza y no. En su presencia, las lágrimas son un
misterio, los sueños son un misterio. Ignoro cuánto durará. Espero que
siempre. Sí, siempre. O bien, deseo un imposible, la fusión. Eso es, un
imposible. Fundirnos en solo uno. Pero, al cabo, ¿no es esa la verdad última?,
¿no es acaso el ser sólo uno? ¿Por qué se empeña en la separatidad que
desgarra? ¿Será para desde la disgregación experimentar el acto de amor de la
agregación? ¿El ser ama al amor y por eso el amor es la máxima fundamentación
del ser? ¿Es la nostalgia del amor un canto al amor? ¿Es eso lo que me ocurre?
¿Debemos rimar amor con dolor? Una multitud de recuerdos muy antiguos,
desdibujados, indefinidos, pinceladas del anhelo más profundo, reverberan en
torno, le dan forma pero para robársela al instante. Es un juego cruel pero
dulce que me llama, que exige mi atención, más, mi identificación. Imposible.
Fusión imposible. No, ni siquiera sé desde cuándo dura, ya te lo he dicho. Mi
sensación es que desde siempre. Y para siempre. Para siempre. Pero ese siempre
está dentro del tiempo, frágil. El tiempo no admite un siempre. Esa palabra no
tiene sentido dentro del tiempo. Sometido a la duración, transcurre, se muere a
cada instante y mata a ese instante, a esa parte de sí y a todo lo que
contiene. Sólo la eternidad es piadosa, al margen de días, de siglos, de eones;
concentrada en un punto, en un solo punto infinitesimalmente pequeño, casi
inexistente, ¿inexistente? Imposible fusión. Imposible. No te preocupes. Estoy
bien. Bueno, no estoy bien pero estoy bien. Ni se te ocurra llamar al médico.
Sabemos lo que dirá. Que me cuide, que me preocupe de mí mismo, que la
felicidad está dentro de uno. Si es así, esto está dentro. Y al mismo tiempo
no. No está dentro ni fuera y está dentro y fuera. Absurdo, ¿verdad? O está
dentro o está fuera. Sin embargo. Credo quia absurdum. Tonterías. Sin embargo.
¿Qué es? No lo sé. ¿Un sentimiento? O no, una certeza. Una tremenda certeza,
sin sombra de duda. ¿Una visión? ¿Será esto lo que llaman ver? Ya sé que un
ciego no debería hablar de esta forma, decir estas cosas. Un ciego conjugando
el verbo ver suena ridículo, patético, incluso indecente. ¿Qué
extrañas historias, qué conceptos peregrinos puede evocarnos esa palabra tan
ajena? Sin embargo, si yo supiera lo que es ver juraría que estoy viendo. Me
apostaría lo que me queda de vida, toda mi vida, a que veo. Y no volvería
jamás, jamás, a la oscuridad de antes. Por eso, por favor, no me toques, no te
muevas, no hables.
Félix Morales Prado
2 comentarios:
emocionante!
saludos
Gracias Omar. Se te echaba de menos por aquí
Publicar un comentario