Aún a riesgo de que algunos me reprochen
que me contradigo con respecto a mi antigua entrada “G versus J” (y no me contradigo, digan lo
que digan), pretende ser este post una crítica a los desmanes perpetrados en
los últimos tiempos por la RAE, sin llegar a la estúpida caricatura de la que
hace alarde Arturito Pérez Reverte en su artículo “Limpia, fija y da esplendor”. Naturalmente, dicho texto lo escribió el “novelisto”
(válgale tal denominación a fuer de “machito”) tres años antes de ser nombrado académico. Me gustaría a mí verlo ahora sostenella y no enmendalla.
Conste que no intento ser exhaustivo en
mi censura. Ni quiero. Sólo traeré a colación alguna que otra pifia que sirva
como botón de muestra de la desacertada forma de actuar de tan ilustre
institución.
Algunos pensarán que estas críticas
sobran porque, aducen, la RAE no es legisladora. José Manuel Blecua dijo que la
lengua no la dicta la Academia sino que se hace en la calle. Bien. Eso es
cierto. Pero la realidad es que si un niño escribe una palabra con dudosa
ortografía en un examen, su profesor se remitirá a la RAE como principio de
autoridad para decidir si el término está bien o mal escrito y, acorde con eso, aprobará o suspenderá al discente. Lo que puede generar conflictos. ¿Qué
pasará si el alumno (o sus padres) presenta una protesta argumentada porque lo han suspendido en función de las descabaladas
modificaciones introducidas en el idioma patrio por los “sabios”?
Pero de nuestras protestas lingüísticas
la RAE hace tanto caso como hacen los políticos de las otras. Encaramados en
sus tribunas, todopoderosos, pretenden representar el sentir popular cuando nos
ignoran. Y si, llevados por la pereza o la ignorancia, hay quienes los aplauden
ante la perspectiva de no tener que aprender a poner tildes, por ejemplo, no
deberían hacerlo. No vale que se sientan apoyados por “boutades” como la de
García Márquez en su discurso “Botella al mar para el dios de las palabras”, donde no deja de confundir el culo con las témporas aferrandose a la impunidad
que le da su prestigio. Habrían, más bien, de tener en cuenta la racionalidad y
el sentido común. Me explico. Aunque no estoy de acuerdo, por motivos estéticos
entre otros, no me hubiese parecido mal del todo hacer tabla rasa de la distinción entre los grafemas
“b” y “v”, puesto que fonéticamente casi todos los hispanohablantes sólo usan
la “b” y en este caso el contexto sí puede aclarar posibles equívocos. A nadie
se le ocurrirá pensar que una baca de coche pasta hierba en un prado. Pero no
sucede lo mismo en otros casos. Por
ejemplo, la eliminación del acento ortográfico en el adverbio “sólo”, que lo
diferencia del adjetivo “solo”. La desaparición de la tilde en este caso (y en
otros) se basa en que los vocablos a los que diferenciaba el acento diacrítico
pueden distinguirse perfectamente por el contexto. Eso dicen. Falso. Pondré un
ejemplo que demuestra la inexactitud de semejante afirmación.
Conversación entre madre e hijo:
“-¿Dónde estuviste, hijo?
-Fui solo a la playa” o “Fui a la playa
solo”.
La pregunta: ¿Fue sólo (solamente) a la
playa o fue solo (sin nadie) a la playa?
Pero desengañémonos. No harán a nadie el
más mínimo caso. Su petulancia es proverbial. Jamás se equivocan. Igual que los
políticos. ¿Habéis visto a algún político que haya admitido alguna vez que se
ha equivocado o que ha perdido?
Hace algunos años, tras pasar un par en
México, escribí a la eximia RAE haciéndoles notar que el origen etimológico que
atribuyen a la palabra mariachi es erróneo o, al menos, está en proceso de
investigación. Véase la definición en el DRAE:
mariachi o mariachis.
(Del fr. mariage, matrimonio).
4. m. Conjunto instrumental
que acompaña a los cantantes de ciertas danzas y aires populares mexicanos.
Obsérvese que pontifican: Del fr. mariage,
matrimonio. En mi carta les advertía, sin prepotencia ni “acritud”, que no estaba
claro que ese fuera el origen del vocablo, por lo que no tendrían que asegurar
lo que aseguran tan taxativamente. Y les daba pruebas que me evitaré redactar
remitiendo al lector a un artículo de Homero Campa que las expone de mil
maravillas: “El mariage, un mito etimológico”. Creo que ahí se argumenta de forma
suficientemente seria la teoría que niega el origen francés de la voz. En todo
caso, lo bastante como para moderar el tono de su presentación en el DRAE y
sustituir “Del fr. marriage” por “De or.
inc.”, como hacen con todas aquellas de origen incierto, hasta estar
completamente seguros del asunto.
¿Hicieron algún caso a mi llamada de
atención? ¿Tuvieron, al menos, la cortesía de comunicarme que pensaban que
estaba equivocado? Dejaré que vosotros contestéis a la pregunta.
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