domingo, 14 de agosto de 2011

SOLEDAD


“A mis soledades voy, / de mis soledades vengo”, escribía Lope. Cuando hablamos de la soledad, a todos (me refiero, por supuesto, a las personas vulgares como yo y no a los grandes, sesudos, pensadores y escritores –aunque también a algunos de ellos-) nos agarra como un pellizco consciente o inconsciente en las tripas, una especie de asfixia existencial. Y, aunque sea inevitable, no es para tanto. La soledad es la condición natural del ser humano. Recuerdo un fragmento de una entrevista a ese enorme (tanto por su volumen corporal como por su relevancia intelectual) artista polifacético que fue Orson Welles, en la que, tras una declaración suya al respecto, el periodista le decía algo así como:
-Entonces, Señor Welles, estamos siempre solos.
-Sí, irremediablemente.
-¡Pero eso es trágico! –comentaba el reportero visiblemente alarmado.
-Psí. Es dramático -decía Welles casi sin darle importancia, como el que se está refiriendo a un simple dolor de muelas-.
Yo, que soy bastante tonto, algo de lucidez debía de tener allá por mi primera infancia. Bueno, creo que a esa edad todos los niños y niñas son bastante lúcidos. Y explico por qué. Mi padre era médico rural. En el pueblo no había carretera ni asomo alguno de asfalto o pavimentación. Y los medios de locomoción eran los pies, las carretas, las mulas o los caballos. Una noche, no puedo recordar a cuento de qué (yo era muy pequeño y, de hecho, la anécdota la conozco porque él me la contó siendo yo ya más grande), me llevaba a casa a lomos de Lucero, su alazán. Siendo yo casi un bebé, me llevaba en la parte de delante, sobre sus piernas, de modo que yo iba viendo la oscuridad del bosquecillo que atravesábamos, las medrosas siluetas de los árboles recortadas por la incierta luz de la luna. Me contaba mi padre que, en un momento dado, le dije con voz un mucho acongojada:
-Papá, estoy solo.
Y sí. Estaba solo. En aquel momento lo supe. Estamos siempre solos. Nacemos solos y morimos solos. Es nuestro sino. Sin embargo, sentimos que esa soledad se desvanece cuando nos acompaña un amigo, una amiga, una pareja, unos hijos…
Ahora bien, no sé si entre los que me leen haya gente que recuerde sus sueños. Supongo que sí. Bueno. Cuando estamos en un sueño, aparecen personajes con los que hablamos, nos peleamos, paseamos, incluso hacemos el amor. ¿No cumplen la misma función que las personas llamadas reales? Es decir, en compañía de los personajes soñados la soledad también se desvanece. Y, sin embargo, estamos más solos que nunca, tumbados en una cama en medio de la noche.
En fin, algo más iba a añadir. Estaba relacionado con todo esto y trataba sobre la nada y un vaso. Pero se me olvidó. Mañana tal vez prosiga en una segunda parte.
Ahora, para amenizar, pongo un video medio hortera que nada tiene que ver con el tema excepto en el nombre.

1 comentario:

omar enletrasarte dijo...

Bueno, no cumplen la misma función, en realidad nos mete en el problema o disyuntiva de concretarlos (en fin, los buenos sueños).
saludos