martes, 17 de mayo de 2011

MELANCOLÍA


El mundo, nuevo,
parece una utopía
que el amor aprovecha
para sembrar las almas.
Todo es jardín y fiesta.
¿Por qué, entonces,
se dice el caminante,
esta tristeza vaga
que me acaricia,
desde tanta hermosura,
el corazón?
(de “La belleza es el ángel del misterio”, de Félix Morales Prado)

La melancolía, como llamaron los antiguos a la depresión, es un estado en el que todas las aves son de plomo, la música siempre triste y el mundo una planitud oscura. La esperanza está disuelta en aguarrás y los recuerdos pueden ser homicidas que asaltan en cada esquina del tiempo. Las rosas rosas del jardín se tornas tristes grises flores. Y ese mirlo que nos arrancaba una sonrisa al despedirnos cada tarde y despertarnos cada amanecer, nos encuentra entre lágrimas que su canto no es capaz de conjurar.
Los hay que hablan de la dulce melancolía. Nada tiene de dulce una emoción que conduce a través de campos de llanto hasta el alcohol o la dosis letal de barbitúricos caminando por la hoja filosa de la desesperación inexplicable.
No hay otro remedio para la melancolía que la melancolía, aceptarla como el preso acaba aceptando su cárcel o el moribundo, en su etapa final, la muerte. O el amor. ¡Oh, el amor! ¡Pero si es él el que causa tantas veces la melancolía! Y, sin embargo, sí, también la sana. Debe de ser por el principio homeopático: similia similibus curantur.

Música: SAMUEL BARBER - Adagio for Strings, Op. 11

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