sábado, 16 de octubre de 2010

El principio de realidad

El principio de realidad es imprescindible para la vida. Pero cualquier idea de grandeza es incompatible con el principio de realidad. ¿Cómo imaginar a Julio César aferrado a las posibilidades al cruzar, Alea Jacta Est, el Rubicón? ¿Dónde estarían las rimas becquerianas que cambiaron el rumbo de la poesía española si Gustavo Adolfo hubiese obedecido el llamado de la sensatez quedándose en su Sevilla natal? ¿Podría Mahatma Gandhi haber reconducido el destino de la India en papel de brillante abogado con los pies bien fijos en la tierra? ¿Y a aquel nazareno que recorría los caminos de Judea con sandalias polvorientas y que determinó los rumbos de la humanidad con un impulso que dio lugar más tarde al nacimiento de actitudes que aún libran batalla en el corazón humano y cuyo alcance aún estamos por conocer? ¿Lo guiaba, acaso el principio de realidad? ¡Hombres de poca fe!, dicen que decía. Las grandes empresas jamás han estado orientadas ni condicionadas por ese principio que, si bien necesario para el común, habría mantenido al ser humano, de prevalecer, subido a un árbol comiendo fruta. Y, aunque es inevitable que se haga presente, hay momentos en los que es necesario el impulso que lo contrarresta y que de verdad nos hace seres humanos. No sólo de pan vive el hombre. Y el héroe convierte el pan (o el oro) en piedras en medio de una magnífica risa cuando así lo exige el ideal. ¿Recordamos el episodio del Cantar de Mío Cid en el que Ruy Díaz de Vivar chasquea a Raquel y Vidas, representantes de la “razón práctica”, y lo comparamos con aquel  (conmovedoramente recreado por Manuel Machado) en el que, ante el ruego sincero de una niña, rechaza lo que la necesidad le exige para seguir los llamados más nobles del corazón? El dinero ha de estar al servicio del verdadero destino del hombre y no al revés.

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